
WEYDEN, Rogier van der
Descendimiento. Hacia 1435
Óleo sobre tabla de roble, 220 x 262 cm
Museo del Prado. Madrid

Detalle de las lágrimas de San Juan.

Detalle del rostro de María Cleofás.
En algún momento entre 1435 y 1443 Rogier van der Weyden realizó este soberbio Descendimiento, una de las obras más hermosas, conmovedoras e influyentes de la Historia del Arte.
La tabla fue encargada por la Hermandad de los Arqueros de Leuven para decorar el retablo de su capilla en la iglesia Onze Lieve Vrouw van Ginderbuiten (Nuestra Señora Hors-les-Murs). En su honor (no en vano eran ellos los que pagaban la obra) Van der Weyden incluyó unas pequeñas bayestas en los ángulos de la misma, en línea con la tendencia de la pintura flamenca de enmarcar la imagen utilizando elementos «arquitectónicos» góticos.
Algunos de los elementos iconográficos de la obra son los tradicionales dentro de su género, como la calavera, que nos indica que la escena tiene lugar en el Monte del Calvario o Monte Gólgota (Gólgota significa calavera en arameo) donde según la tradición fue enterrada la calavera de Adán. La planta que crece a su lado hace referencia a la resurección de Jesús tras la muerte.
La composición, sin embargo, no es nada usual. Van der Weyden lleva a cabo una ejecución de la misma tremendamente atrevida y audaz, totalmente novedosa para la epoca. Sitúa a Cristo en el centro y a María en una postura paralela a la de Su Hijo. Con ello está haciendo alusión a una tendencia teológica de la época, la Compassio Mariae, según la cual María había sentido como propios el dolor por la tortura y muerte de Cristo. El resto de figuras que aparecen se adhieren a Cristo o a María formando dos grupos. El grupo que acoge el cuerpo de Cristo parece llevarlo hacia la derecha, mientras que el grupo alrededor de María parece llevarla hacia la iquierda creando así una tensión contenida que nos da cierta sensación de movimiento. María Magdalena (a la derecha, con escote como reminiscencia de su vida de pecadora) y Juan, el discípulo preferido de Jesús (de rojo, a la izquierda), cierran la composición formando una especie de paréntesis.
Haciendo gala de una técnica excepcional Van der Weyden consigue un realismo naturalista muy acorde con la Escuela Flamenca, de ahí que podamos apreciar detalles como las lágrimas de los personajes o la riqueza mayor o menor de las texturas de las telas según el nivel social de los personajes. El rojo del manto de Juan y el excepcional azul hecho a base de lapislázuli (y por lo tanto carísimo) del vestido de María que contrastan con la piel clara de Jesús.
Y sobre todo el dolor. Un dolor terrible aunque contenido, el que únicamente se siente con la pérdida de un ser querido y que no tiene consuelo alguno. Van der Weyden ha sido capaz de captarlo a través de las expresiones de los rostros de las figuras y a su vez, de transmitírnoslo de forma que también nosotros somos partícipes de la escena, apiadándonos por el sufrimiento y la muerte de Cristo.
Han pasado más de 500 años pero la obra de Van der Weyden continúa viva y capaz de emocionarnos y conmovernos. Sin duda los sentimientos humanos son universales y eternos.
Disfrutad de este Jueves Santo.
Información proporcionada por el Blog de Ana Trigo (www.anatrigo.es)